Autor: Marie-José Mondzain
Editorial: CAPITAL INTELECTUAL |128
páginas
¿Quién negaría hoy ver en la imagen el instrumento de un poder sobre los cuerpos y las mentes? En la actualidad se sospecha que este poder, concebido a lo largo de veinte siglos de cristianismo como liberador y redentor, es el instrumento de estrategias alienantes y dominantes.
Entre Guantánamo y Daesh, entre
los videos difundidos en Youtube y los drones armados teledirigidos, hay una
lengua común: la puesta en escena criminal de la muerte distribuida ciegamente
y la exhibición y difusión sin límites de los gestos más salvajes frente a un
público horrorizado y fascinado a la vez. Una erotización de lo peor.
El 11 de septiembre de 2001 se
dio el golpe más grande al imperio de lo visible. Fue un crimen real, con
víctimas de carne y sangre. Al instante se trató el caso en términos visuales,
mezclando lo visible y lo invisible, la realidad y la ficción, el duelo real y
la invencibilidad de los emblemas. El presidente de los Estados Unidos anunció
un ayuno de imágenes: ningún muerto en las pantallas.
Lo visible entraba en crisis.
Pero es más fácil prohibir ver que permitir pensar. La violencia de lo visible
se vincula con la guerra que se libra al pensamiento. En palabras de Godard,
todo contrato aceptado con las visibilidades se abre como una colaboración con
el enemigo. Pensar la imagen es dar cuenta del destino de la violencia.
A
continuación un fragmento, a modo de adelanto:
I.
La violenta historia de las imágenes
¿Quién negaría hoy ver en la
imagen el instrumento de un poder sobre los cuerpos y las mentes? En la
actualidad se sospecha que este poder, concebido a lo largo de veinte siglos de
cristianismo como liberador y redentor, es el instrumento de estrategias
alienantes y dominantes. Por lo tanto, se trata a la imagen de “instigadora al
crimen” cuando una muerte parece haber encontrado su modelo en las ficciones
difundidas por las pantallas. Los culpables la hacen responsable. ¿Pero quiénes
son los culpables? ¿Aquellos que matan o aquellos que producen y difunden las
imágenes?
Ahora bien, culpabilidad y responsabilidad son términos que pueden
ser atribuidos solo a las personas, jamás a las cosas. Y las imágenes son
cosas. Abandonemos esta extraña retórica. Si se quiere dar a las imágenes un
estatuto singular entre las cosas diciendo que son, a la vez, cosas y no cosas,
que así sea. ¿Pero por esto son personas? Cosas y no cosas, más bien se
tambalean en una irrealidad singular que podría difícilmente aumentar su
responsabilidad. Sin embargo, indudablemente es así que hay que considerar la
imagen en su realidad sensible y sus operaciones ficcionales.
Hay que reconocer
que están a mitad de camino entre las cosas y los sueños, en un entre-mundo, un
cuasi-mundo, en el que tal vez se ponen en juego nuestras limitaciones y
nuestras libertades. Pensar la imagen en esta perspectiva permite interrogar la
paradoja de su insignificancia y de sus poderes.
Para entender esta situación
extraña que hace de tan poca cosa, es decir la imagen, un asunto de gran
magnitud, la libertad, es necesario recorrer un poco su historia en la palabra
y en los gestos de los hombres que la producen. Porque la imagen existe solo a
lo largo de los gestos y las palabras que la califican, la construyen, como de
aquellos que la descalifican y la destruyen. El deseo de mostrar induce a una
necesidad de hacer y no, inevitablemente, el deseo de hacer hacer. ¿No pensaba
Aristóteles, por el contrario, que el espectáculo de la violencia suspendía
todo pasaje al acto? ¿Habrán cambiado las cosas?
Hace más de diez siglos, los
pensadores cristianos de la imagen fueron los primeros en la historia
occidental en hacer de la imagen un desafío filosófico y político. La imagen
fue primero prohibida y luego celebrada, una tras otra, con tal violencia que
desde el comienzo fue un desafío pasional. Esta ambivalencia de lo visible está
lejos de ser reciente porque se trata de un estado de cosas en la aparición
material de una inmaterialidad. Tal fue el sentido de la encarnación que daba
carne y cuerpo a una imagen, al tiempo que le atribuía el poder de conducir a
la invisibilidad de su modelo divino. Con la encarnación, una nueva definición
de la imagen entraba en la cultura greco-latina y se convertía en la matriz
icónica de todas las visibilidades compartidas.
Se construyó un mundo común que
definió su cultura como una gestión articulada y simultánea de lo invisible y
lo visible. Se apasionaron por la imagen. Designar la vida de la imagen del
Padre, la del Cristo, con la palabra Pasión, se adecua perfectamente con el
desafío icónico. La Pasión de Cristo, es decir la Pasión de la imagen, tuvo
lugar en la imagen de la Pasión. Es una travesía de las tinieblas hasta el
triunfo final. La historia de la encarnación es la leyenda de la imagen misma.
Pero en la actualidad se agrega una extraña inquietud: la fuerza de la imagen estaría
en impulsarnos a imitarla, y de este modo el contenido narrativo de la imagen
podría ejercer directamente una violencia al obligar a hacer. Antes se la
criticaba porque hacía ver, en adelante se la acusa de hacer hacer. Si lo que
parece ser un problema nuevo oculta los orígenes milenarios de la cuestión, se
debe esencialmente a dos razones.
La primera es una simple constatación: se
dice que los actos de violencia gratuita no cesan de multiplicarse en nuestra
sociedad, dominada al mismo tiempo por un crecimiento del espectáculo de las
visibilidades. Si esta primera constatación es aceptable, el vínculo de causa a
efecto es totalmente contestable y no descansa sobre ningún dato real tal como
las encuestas y estadísticas lo demostraron. Sin mencionar el hecho esencial,
al que volveré, a saber que la inflación de las “visibilidades” no significa,
de ninguna manera, la inflación de imágenes.
La segunda razón del miedo
actual, tal vez la verdadera razón, obedece a que la producción visual se ha
convertido en un mercado tan válido como cualquier otro. Los desafíos
económicos son tan potentes, las figuraciones de la violencia se venden tan
bien y son la fuente de ganancias tan
grandes, que el debate se desplaza para no ser solo la tensión contradictoria
entre los intereses económicos y la preocupación ética.
Tanto que, en lugar de
interesarse en la imagen en sí misma y en la naturaleza de su propia violencia,
se hace como si, el vínculo de causa a efecto entre imagen y violencia siendo
una evidencia o una conquista, la cuestión esperase, en un mismo movimiento, su
solución moral y financiera a través de la vía jurídica.
La libertad de la
imagen, su relativa inocencia, su irrealidad tan fecunda, desaparecen detrás de
los desafíos económicos que desde entonces acompañan su uso y su difusión.
¿Cómo preguntarse acerca de la violencia de la imagen y la imagen de la
violencia antes de toda reflexión sobre lo que es una imagen?
Los debates sobre
los decretos de regulación controlada de las fotografías, articulados con un
pretendido derecho a la imagen, son una caricatura flagrante de esto ya que se
decide controlar la imagen sin siquiera saber de qué se está hablando, de qué
imagen se trata y si la imagen tiene que ver, más o menos, con una propiedad y
un derecho.
La expresión “derecho a la imagen” tiene que ver con una total
confusión y no hace más que esconder, bajo el pretexto de la protección de los
inocentes y de las víctimas, el establecimiento de un nuevo mercado: no se toma
una imagen, ¡se la paga a su propietario!
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más en: http://www.periodismo.com/2016/07/27/pueden-matar-las-imagenes-de-marie-jose-mondzain/