viernes, 26 de julio de 2013

ESA OSCURA Y SUCIA GUERRA

ESA OSCURA Y SUCIA GUERRA
(Extracto del libro)

De: David Santa María
Editorial: NUESTRO SIGLO EDITORES

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Al cabo de seis meses, en abril del 83, la camarada Ana se gradúa con honores y se ve convertida por propios méritos en un miembro importante de Sendero Luminoso; se encuentra lista para participar en su primera acción de guerra. Le aconsejan que cambie su apariencia y ella decide usar peluca negra y lentes de sol muy ceñidos a su rostro.

La segunda semana de junio de ese mismo año es llamada a conformar una columna subversiva que deberá atacar la línea de la Guardia Civil de Huanta, con la finalidad de eliminar a todos sus efctivos, acopiar el armamento y munición y destruir el local; como acción paralela se concientizará a la población, se amedrentará a las autoridades, se pintarán lemas y se pegará propaganda alusiva a la lucha armada.


Recibida la orden, se desplazan individualmente y en pequeños grupos desde Ayacucho y lugares adyacentes hasta el punto de reunión en las afueras de Luricocha, un poblado cercano a Huanta. Por ser la primera acción de armas en la que intervendrá Ana será aconsejada y vigilada por el camarada Teófilo, su amigo y compañero de la escuela popular, pero con experiencia en cinco ataques. Reunidos en las afueras del pueblito a las doce de la noche del quince de junio, los jefes de columna pasan lista y suman un total de ciento noventa y dos compañeros, que en esta oportunidad estarán comandados por el camarada Tomás, el cual con un plano de la Plaza de Armas y otro del local de la Guardia Civil, reúne a los jefes de columna para asignarles sus misiones. Dada la gran superioridad numérica y la posición central del objetivo por atacar, rodeado de la municipalidad y casas particulares, Tomás decide que la acción sea frontal:

-Total -les dice- ellos son solo quince. Dos grupos de contención al mando de los camaradas Sebastián y Clara se ubicarán con veinte efectivos cada uno a la entrada y salida del pueblo a una distancia de un kilómetro, impedirán el tránsito vehicular y de personas a partir de las cuatro y treinta horas, hasta que les mande aviso, que será aproximadamente a las cinco y treinta. Abriremos fuego a las cuatro y treinta de la madrugada, en veinte minutos debemos estar adentro con todo bajo control y en quince minutos más abandonamos la línea con el armamento y la munición. Paralelamente a esta acción, el grupo de apoyo del camarada Demetrio, con quince efectivos, reunirá en el centro de la plaza a las autoridades y a todos los vecinos que puedan, para hablar con ellos cuando nos retiremos. Los camaradas Camilo y Fidel se encargarán de hacer las pintas, pegar la propaganda y dinamitar el local policial cuando lo abandonemos. El otro grupo de apoyo con la camarada Rebeca y veinte compañeros bloqueará las vías de acceso a la Plaza de Armas, hasta que nos retiremos. La camarada Lucrecia y su grupo de cinco camaradas se encargarán de recoger las armas y la munición. Cada jefe de columna responderá por sus heridos y muertos si los hubiere, me informarán de ello para dar cuenta; como de costumbre, nos reuniremos en dos días para analizar y calificar la acción-. Meditó un momento y continuó: -Por supuesto, todos los jefes de columna que no he nombrado y sus efectivos, realizaremos el ataque central bajo mi mando. Bien, camaradas -dijo Tomás-, descansemos y abordaremos los vehículos retenidos a las tres de la madrugada.

El ataque se realizó conforme a lo planeado, los dinamitazos derrumbaron una parte del frontis del local policial y si bien la resistencia fue tenaz en los primeros momentos, la gran superioridad numérica terminó por enmudecer a los defensores.

Ingresaron al local y encontraron al teniente y a ocho policías muertos, dos heridos y uno ileso. Registraron todo y juntaron las armas; en total diez fusiles AKM y siete revólveres. No encontraron munición, los policías la habían agotado.

El camarada Tomás se sentó cómodamente en el despacho del jefe de línea e hizo arrodillar a uno de los policías heridos, este había perdido ambos antebrazos y se desangraba, llamó a Ana, le alcanzó un revólver y le dijo:

-Es todo suyo, camarada, bautícese con el tiro de gracia.

Ana entregó su FAL a la camarada Rosa, tomó el revólver, apuntó a la cabeza del policía, cerró los ojos y disparó; abrió los ojos y este seguía arrodillado frente a ella. El proyectil luego de rebotar en el piso, había salido por la ventana.

-Camarada Ana -dijo Tomás-, tres reglas para el tiro de gracia con revólver o pistola: primero jale el percutor hacia atrás, segundo no cierre los ojos y tercero, la presión del dedo índice sobre el disparador debe ser aumentada gradual y constantemente, hasta que el sonido la sorprenda.

Ana tiró el percutor hacia atrás, apuntó el arma a la cabeza del policía que estaba casi  desmayándose por la sangre que perdía y apretó el disparador cerrando instintivamente los ojos. El proyectil impactó en el hombro derecho de la víctima, que cayó al suelo con un lastimero quejido. Lo volvieron a colocar de rodillas y Tomás empuñó el arma diciéndole a Ana:

-Observe y hágalo igual-. La cabeza del policía reventó como una sandía. -Traigan al segundo -ordenó Tomás.

Este era un sargento que presentaba una herida en el costado y otra en el muslo izquierdo; era ya un hombre viejo. Lo arrodillaron y Ana se puso frente a él, de sus arrugados ojos rodaban lágrimas pero no hablaba, tampoco era necesario, porque con su mirada le pedía clemencia a gritos. Ana le apuntó el arma a la frente pero se bloqueó ante esa mirada y no atinaba a accionar el disparador; escuchó entonces la voz de Teófilo que repetía rítmicamente:

-¡Tira Ana, tira Ana, tira Ana…!

Esa solitaria voz se convirtió de pronto en un coro que la sacó de su estado de inercia. Abrió bien los ojos, presionó el dedo índice cada vez más y el revólver trepidó violentamente en su mano. El viejo sargento cayó pesadamente al piso y Ana experimentó un incontrolable temblor en todo su cuerpo; levantó el rostro y recién pudo escuchar los aplausos y vivas de sus camaradas.

Ingresó el tercero, estaba ileso, lo arrodillaron frente a Ana, la miró a los ojos y ella descubrió entonces que era un guardia muy joven. El empezó a hablar y le dijo:

-Estoy en paz con Dios pero tú nunca lo estarás. La vida con todos sus sinsabores, problemas y desilusiones es muy bella. Qué lástima que me boten de la fiesta tan temprano ¿sabes? Solo tengo veinte años, dispárame mientras rezo -y empezó en voz alta: -Padre nuestro que estás en el cielo...

Ana sintió una profunda angustia y empezó a respirar agitadamente, de pronto y sin motivo alguno invadió su mente el rostro de José Cóndor, levantó el arma y la oración quedó trunca.

De allí en adelante, ella, Ana la Tirana, sería la reina de los tiros de gracia y vería durante muchos años decenas de rostros de hombres de todas las edades a sus pies, unos llorando, otros pidiendo clemencia a gritos, algunos maldiciéndola y unos cuantos escupiéndola; pero en todos ellos hubo siempre un común denominador: el rostro de José Cóndor. Participaría desde entonces en un sinnúmero de acciones subversivas de todo tipo que endurecieron su corazón, congelaron su mirada y su voz, templaron su carácter y eliminaron de su alma el sentimiento de la compasión.

El doce de agosto de 1984, a las seis de la mañana, desde la comandancia general de Ayacucho saldría un convoy de diez camiones y cuatro portatropas transportando víveres, armamento, munición y cincuenta hombres de relevo hacia el puesto de San Pedro de Cachi, bajo el mando del mayor Iparraguirre, un capitán y dos tenientes.

La inteligencia de Sendero Luminoso veinticuatro horas antes tomó conocimiento del desplazamiento a realizarse y de inmediato puso a disposición del camarada Tomás, jefe político militar de Ayacucho, esta información. Sin pérdida de tiempo este se reunió con su segundo, el camarada Toribio, y por tener un margen de veinticuatro horas y tratarse de un convoy importante, decidieron realizar la emboscada. Tomás le ordenó a Toribio que proporcionara explosivos en cantidad suficiente a los camaradas José y Sebastián y que los jefes de las columnas, Acacio, Agustín, Fortunato, Carlota y Rita, se reunieran con él a las cuatro de la tarde. En compañía de Ana y Teófilo salió a recorrer la ruta para escoger e inspeccionar un lugar que ya tenía predeterminado y que, según creía, iba a constituir una verdadera sorpresa; ese sitio se hallaba ubicado en un paraje llamado Salcahuanca.

A las cuatro de la tarde, todos los citados se encontraban en el escondite del camarada Tomás y éste sin más preámbulos les informó acerca del convoy militar y pasó a explicar su misión a cada jefe de columna.

-Las emboscadas a convoyes son similares y todos ustedes tienen experiencia suficiente en este tipo de enfrentamientos. En este caso se trata de diez camiones, cuatro portatropas y un total de cincuenta y tres efectivos que brindarán seguridad durante su desplazamiento; es importante su carga de armamento y munición. El lugar escogido para la emboscada es el paraje de Salcahuanca, existe allí un pequeño cañón y está ubicado a veintiocho kilómetros de esta ciudad.

La camarada Rita levantó la mano y preguntó: -¿El lugar escogido no está demasiado cerca de Ayacucho?

- Sí, es cerca -informó el camarada Tomás-, pero tenemos que movilizar doscientos veinte efectivos con su armamento y munición, y solo tenemos un margen de diez horas para preparar todo el operativo. Eso, desde ya, es una desventaja para nosotros, pero hay algo que no nos puede fallar: quien vaya al mando de ellos jamás se imaginará que lo puedan atacar, como diríamos, subiendo a su portatropas.

-Tiene razón, camarada -apoyó Rita-, no debemos perder tiempo.

-Al grano -cortó Tomás-, solo les voy a indicar su ubicación y la labor que desempeñarán durante el ataque; por favor, atención a la pizarra. En total seremos doscientos veinticinco compañeros. Las fuerzas de apoyo estarán conformadas por el camarada Acacio y veinte efectivos que se ubicarán cien metros después del punto donde estallará el explosivo de José que volará el vehículo de punta, su misión es evitar escapes y abatir a todos los que estén a su alcance. El camarada Fortunato y veinte compañeros calcularán ubicarse cien metros después del último vehículo del convoy y evitarán con su fuego que los militares retrocedan; al mismo tiempo que el camarada Sebastián vuela este para obstruir la carretera. Una fuerza de contención de veinte compañeros al mando del camarada Tulio se ubicará un kilómetro después del cañón de Salcahuanca para que, una vez que escuchen la primera explosión, cierren la carretera hasta que la operación termine. La otra fuerza de contención se ubicará un kilómetro antes del cañón, con veinte compañeros al mando de la camarada Roxana; escuchada la explosión no detendrán a los vehículos particulares y solo se limitarán a no permitir que nadie regrese a Ayacucho y que no les lleguen refuerzos; los que pasen se detendrán cuando escuchen el tiroteo.

Los camaradas Agustín y Rita con ochenta compañeros se colocarán en la parte elevada del cañón lado este y apenas escuchen la primera explosión abrirán fuego sobre el convoy; lo mismo hará la camarada Carlota desde la elevación oeste, con sesenta compañeros.

El largo del convoy debe ser de unos ciento cincuenta metros, tomen sus precauciones para que lo cubran totalmente. La retirada la hacemos esta vez hacia las alturas del lado este, hay un único camino de herradura que conduce al caserío de Buenaventura, allí ordenaremos el disloque. De experiencias similares, deduzco que el operativo en su totalidad, hasta nuestra retirada, debe durar veinte minutos.

Ahora entramos a las tareas específicas -continuó Tomás-. Una vez cesado el fuego, el camarada Fortunato y sus compañeros recogerán el armamento y la munición de atrás hacia adelante y lo entregarán al camarada Acacio, quien trasladará lo recibido al lugar que le voy a indicar. Los dos dinamiteros procederán durante el enfrentamiento a apoyar con sus explosivos el lugar donde haya más resistencia; al término de la acción y después de recogido el armamento y la munición, procederán a incendiar los vehículos. La camarada Ana y el camarada Teófilo serán mis segundos y me acompañarán durante toda la acción. Una vez concluida la emboscada, flameará una bandera roja con la hoz y el martillo en el cerro más cercano, será la orden de retirada. Mañana a las diez de la noche nos reunimos para analizar y calificar la acción. Como siempre, no dejamos heridos ni muertos en el lugar.

El convoy salió puntual y el mayor Iparraguirre, que viajaba en el segundo vehículo, exploraba continuamente la carretera con sus binoculares. El pequeño cañón de Salcahuanca le pareció durante sus reconocimientos un lugar ideal para una emboscada, pero lo desechó por su cercanía a Ayacucho; ingresó a él y se sintió aliviado al tomar la última curva a la derecha. Fue cuando  escuchó la fuerte detonación y vio volar por los aires el vehículo que lo precedía, acusó de inmediato un agudo dolor en el pecho y vio a su conductor sin cabeza apoyando su sangrante tronco sobre el timón.

Por instinto y entrenamiento se arrojó del portatropas y observó que los vehículos que lo seguían estaban detenidos paralelamente a las paredes del cañón; el fuego cruzado era infernal. Se dijo: “ya cada uno sabe lo que tiene que hacer”. Efectivamente, su gente disparaba granadas instalaza a las alturas inmediatas ocupadas por los atacantes y recibía en reciprocidad una lluvia de dinamitazos; la resistencia de los militares al cabo de ocho minutos se fue apagando y dos minutos más tarde se silenció por completo.

Ana, que por encargo del camarada Tomás había ido en busca del camarada Fortunato para ordenarle que con veinte compañeros bajasen a la carretera para obligar a salir a los soldados de detrás de los camiones, volvió y lo encontró sentado en el suelo y recostado en una roca, sin piernas y sin su brazo izquierdo; le habían hecho torniquetes para detener las hemorragias y dijo al verla:

-Camarada, no siempre las cosas salen exactamente como las pensamos, en ningún plan que hice figuraba yo sin piernas y sin brazo.

-Así es -comentó Ana, que no salía de su asombro-. Tenemos muchos muertos y heridos; las camaradas Rita y Meche han caído.

-Escucha atentamente lo que voy a disponer -y haciendo un esfuerzo por hablar, Tomás le ordenó-. Baja a la carretera y da el tiro de gracia a todos, te espero.

Ana bajó raudamente y disparó inmisericorde a los treinta y cinco muertos y dieciocho heridos del convoy militar. Regresó y le informó a Tomás:

-He cumplido el encargo.

-Así debe ser -mirando a todos los que lo rodeaban Tomás les dijo-, el botín ha sido excelente-. Sacó su pistola y se la entregó a Ana diciéndole: -Ahora vas a aprender la última lección de mi parte. Cuando ya no puedas huir, tampoco debes quedar con vida.

Faltan cinco minutos para cubrir el tiempo límite -agregó, mirando su reloj.

-No le entiendo, camarada -arguyó Ana.

-Dame el tiro de gracia –le ordenó Tomás con voz desfalleciente y tratando de disfrazar los agudos e insoportables dolores que sentía-. Luego se lo das a los compañeros que estén heridos y no puedan ser evacuados; es mi última orden.

Ana recibió el arma de Tomás, los miró a todos…

-Creo que no podré.

-Claro que puedes -replicó Tomás con un hilo de voz y los entrecerrados ojos fijos en los de ella-, alza el arma, apunta a mi cabeza, no cierres los ojos y acciona el dedo índice.

El camarada Tomás cayó de costado con un agujero en la frente. Ana le cerró los ojos, ordenó que lo cargaran y emprendieron la retirada.

Ese día, doce de agosto, jamás se borraría de su memoria. No pegó los ojos en toda la noche repasando uno por uno los cincuenta y tres tiros de gracia que había dado. Las lágrimas se le saltaron cuando desfilaron por su mente los diecinueve compañeros que había tenido que sacrificar y el impacto profundo que le causaron los desfallecientes ojos del camarada Tomás clavados en los de ella, aun después de muerto. Sentía que la seguían mirando y la mirarían por mucho tiempo más; musitó: ¡Qué valor, qué entereza!.

Solo pudo conciliar el sueño por cansancio a las cinco de la mañana, mientras se preguntaba sin hallar una respuesta: ¿Quiénes son los verdaderos culpables de esta lucha? ¿Cómo terminará esto?

El comité central de Lima dispuso que la camarada Ana se trasladara a Huanta, como jefe político militar provincial; además, la orden precisaba que debía realizar campañas de adoctrinamiento en todas las poblaciones, poblados y comunidades, así como la capacitación de informantes y combatientes en todos ellos. El ejército había efectuado una serie de operativos de amedrentamiento violentos y la situación en la provincia era inestable para Sendero Luminoso.

Ana llegó a su nuevo puesto a mediados de septiembre del 86, reunió a sus mandos, recorrió la provincia y recabó toda la información posible; con todo ello formuló una apreciación de la realidad. Los enemigos eran muchos, el ejército, la Guardia Civil,

las autoridades nombradas por el gobierno y sus simpatizantes, los pobladores que hacían inteligencia para las fuerzas del orden y las rondas campesinas que empezaban a formarse y se les enfrentaban abiertamente. El único camino en estas circunstancias, se dijo, es el terror, solo con el miedo elevado a su máxima expresión los podré someter. Estudió su potencial bélico y descubrió que tan solo contaba con ochenta y cinco combatientes, sesenta hombres y veinticinco mujeres; tenía en su pequeño almacén cuarenta fusiles FAL. Aparte, hacía veinte días que no efectuaban ninguna actividad terrorista ni proselitista.

Daba la impresión de que las fuerzas del orden lo controlaban todo.

Concluyó que su plan tenía que basarse en cuatro acciones importantes y dependientes entre sí: Primero. Debo crear una red de inteligencia que me permita conocer con anterioridad los movimientos del ejército y de los sinchis de la Guardia Civil, para no chocar con ellos o para emboscarlos si todo está a nuestro favor; para ello, tengo que infiltrar gente mía en el cuartel. Luego formaré cuadros en los poblados para saber quién es quién e identificar a los que apoyan a los uniformados, para eliminarlos ejemplarmente. Asimismo, qué autoridades hacen campaña contra nosotros, para ajusticiarlos.

Segundo. Necesito armamento, munición y explosivos. Tengo que seleccionar cuidadosamente qué locales de la Guardia Civil voy a atacar para procurarme armas, así como los asientos mineros de donde sacaré explosivos. Estoy forzada a emboscar patrullas y convoyes para agenciarme los medios que acrecentarán significativamente mi potencia de fuego.

Tercero. Tengo ochenta y cinco combatientes y necesito por lo menos doscientos cincuenta, bien armados, concientizados e instruidos.

Cuarto. No puedo darme el lujo de perder efectivos, idearé algo para disminuir ese riesgo.

Durante tres meses, Ana la Tirana caminó sin descanso por pueblos, poblados y comunidades tratando de captar simpatizantes. A los que estaban dudosos los hacía raptar y ella misma los convencía hablándoles en quechua. Formó una escuela popular cerca al pueblo de Iquicha, junto al río Chalhuamayo. Al mismo tiempo y con la ayuda de ocho compañeros, tejió una sólida red de informantes. La modalidad del pago a estos era cruel; una vez eliminados sus enemigos personales o familiares, sus ganados y pertenencias les eran repartidos, de esta forma quedaban agradecidos y comprometidos. Creó lo que se llamó pueblos cautivos.

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sábado, 6 de julio de 2013

EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO

Octavio Rodríguez


El presente libro recorre exhaustivamente los contenidos del estructuralismo latinoamericano desde sus orígenes hasta nuestros días.

Esta escuela, clave para determinar las principales causas del subdesarrollo de nuestra región y los mecanismos para superarlo, se funda en dos documentos de Raúl Prebisch, publicados a finales de los años cuarenta, en los que se hace hincapié en la persistente situación de desigualdad de los niveles de ingreso y de las estructuras productivas y ocupacionales existentes entre los “centros” y la “periferia”, donde se sitúa América Latina.

SIGLO XXI EDITORES
Edición: 1a
Páginas: 495
ISBN: 968-23-2669-9

lunes, 1 de julio de 2013

DISCURSOS SUSTENTABLES (EDICIÓN REVISADA Y CORREGIDA)

Autor: Enrique Leff


Este libro recoge un conjunto de textos elaborados a partir de discursos que nacieron de la palabra arrojada ante un público en debates ambientales recientes, y que desde el eco del diálogo, tomaron la forma escrita que ha quedado inscrita en este volumen.

Son discursos compartidos, convividos; voces latentes que esperaban una respuesta; palabras que palpitan en el corazón de la tierra. Estos discursos están hechos de palabras: palabras que crean nuevos significados teóricos y nuevos sentidos existenciales; palabras que se incorporan en nuevos saberes, que encarnan en nuevas identidades, que se decantan en nuevos lenguajes para habitar el mundo y soñar otros mundos posibles; palabras que arraigan en la tierra para fertilizar nuevos territorios; palabras que se filtran por la corteza de la tierra hasta tocar la roca viva de la vida, que cicatrizan en la piel del mundo, que abren nuevos senderos de la historia.

Son discursos que se entrelazan en un diálogo de saberes, que convocan a nuevos encuentros para bordar un nuevo tejido social; discursos armados de palabras que se convierten en verbo y acción: movimiento transformador; palabras que forjan nuevas formas de ser en el mundo, que son sustento de la vida humana en el planeta, y que orientan la construcción de un futuro sustentable.

SIGLO XXI EDITORES
Edición: 1ª. , 2010
Páginas: 276
Formato: 13.5 x 21 cm
Encuadernación: rústica con solapas
ISBN: 978-987-1220-98-4